Formación
Aquí encontraras materiales para ahondar en tu fe y reflexionar.
De la carta a Diogneto
De la carta a Diogneto. Texto del siglo segundo.
Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por el lenguaje, ni por su modo de vida. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres.
Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho.
Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, y abundan en todo. Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama, y ello atestigua su justicia. Son maldecidos, y bendicen; son tratados con ignominia, y ellos, a cambio, devuelven honor. Hacen el bien, y son castigados como malhechores; y, al ser castigados a muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos los combaten como a extraños, y los gentiles los persiguen, y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben explicar el motivo de su enemistad.
Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo. El alma, en efecto, se halla esparcida por todos los miembros del cuerpo; así también los cristianos se encuentran dispersos por todas las ciudades del mundo. El alma habita en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está encerrada en la cárcel del cuerpo visible; los cristianos viven visiblemente en el mundo, pero su religión es invisible. La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido de ella agravio alguno, sólo porque le impide disfrutar de los placeres; también el mundo aborrece a los cristianos, sin haber recibido agravio de ellos, porque se oponen a sus placeres.
El alma ama al cuerpo y a sus miembros, a pesar de que éste la aborrece; también los cristianos aman a lo que los odian. El alma está encerrada en el cuerpo, pero es ella la que mantiene unido al cuerpo; también los cristianos se hallan retenidos en el mundo como en una cárcel, pero ellos son los que mantienen la trabazón del mundo. El alma inmortal habita en una tienda mortal; también los cristianos viven como peregrinos en moradas corruptibles, mientras esperan la incorrupción celestial. El alma se perfecciona con la mortificación en el comer y beber; también los cristianos, constantemente mortificados, se multiplican más y más. Tan importante es el puesto que Dios les ha asignado, del que no les es lícito desertar.
La verdadera “novedad” de la vida
Sermón 34 | San Agustín Es doctor de la Iglesia (354-430).
Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de los fieles. Se nos ha exhortado a cantar al Señor un cántico nuevo. El hombre nuevo conoce el cántico nuevo. Cantar es expresión de alegría y, si nos fijamos más detenidamente, cantar es expresión de amor. De modo que el cántico nuevo nos hace pensar en lo que es la vida nueva. El hombre nuevo, el cántico nuevo, el Testamento nuevo. Todo pertenece al mismo y único reino. Por esto, el hombre nuevo cantará el cántico nuevo, porque pertenece al Testamento nuevo.
Cantad por mí al Señor un cántico nuevo. «Ya estamos cantando», decís. Cantáis, sí, cantáis. Ya os oigo. Pero procurad que vuestra vida no dé testimonio contra lo que vuestra lengua canta. ¿Preguntáis qué es lo que vais a cantar de aquel a quien amáis? Porque sin duda queréis cantar en honor de aquel a quien amáis: preguntáis qué alabanzas vais a cantar de él. Ya lo habéis oído: Cantad al Señor un cántico nuevo. ¿Preguntáis qué alabanzas debéis cantar? Resuene su alabanza en la asamblea de los fieles. La alabanza del canto reside en el mismo cantor. ¿Queréis rendir alabanzas a Dios? Sed vosotros mismos el canto que vais a cantar. Vosotros mismos seréis su alabanza si vivís santamente.
Os he dicho todo esto para que participéis en mi gozo y vuestro gozo sea completo
Tomás de Celano | Vita Secunda (Ca. 1190-Ca. 1260).
San Francisco afirmaba: «Mi mejor defensa contra los ataques y las maquinaciones del enemigo sigue siendo el espíritu de alegría». El diablo nunca está más contento que cuando ha logrado quitar la alegría del alma de un servidor de Dios. El enemigo siempre tiene una reserva de polvo para insuflar en la conciencia por algún resquicio, para convertir lo puro en opaco. En cambio, intenta en vano introducir su veneno mortal en un corazón rebosante de gozo. Los demonios no pueden nada con el servidor de Cristo que rebosa de santa alegría, mientras que un alma pesarosa y deprimida se deja fácilmente inundar por la tristeza y por los falsos placeres.
Por esto, san Francisco se esforzaba por mantener siempre un corazón alegre, conservar el óleo de la alegría con el que su alma había sido ungida. Tenía sumo cuidado en desechar la tristeza, la peor de las enfermedades, y cuando se daba cuenta de que empezaba a infiltrarse en su alma, recurría de inmediato a la oración. «En la primera turbación», decía él, «el servidor de Dios se levante, se ponga en oración y permanezca ante el Padre hasta que este le haya devuelto la alegría de saberse salvado». Yo he visto con mis propios ojos cómo a veces recogía algún trozo de leña del suelo, lo ponía sobre su brazo izquierdo y lo rasgaba con una varilla como si tuviera entre manos el arco de una viola. Imitaba así el acompañamiento de las alabanzas que cantaba al Señor en francés.
Podar para dar más fruto
Beato Juan Taulero, dominico en Estrasburgo (1300-1361).
El viñador irá a su viña para podar los brotes. Si no lo hiciera y los dejara crecer en la viña, esta no daría sino un vino malo de agraces. Así tiene que obrar el hombre digno: tiene que podar en sí mismo todo lo que es desorden, desarraigar a fondo todas sus inclinaciones, tanto si se trata de alegrías como de sufrimientos, es decir, cortar las malas costumbres. Esto no destruye ni la cabeza, ni el brazo ni la pierna.
Pero cuidado con el cuchillo hasta que no sepas muy bien dónde y qué tienes que cortar. Si el viñador no supiera el arte de la poda, cortaría todo, tanto el brote bueno, que pronto dará su uva, como el brote malo, y estropearía así la viña. Hay alguna gente que obra así. No conocen el oficio de podar. Dejan los vicios, las malas inclinaciones en el fondo de la naturaleza, cortando y lastimando a la pobre naturaleza misma. La naturaleza en sí es buena y noble: ¿qué quieres cortar y podar en ella? Al tiempo de los frutos, es decir, en la vida divina, te quedaría solamente una naturaleza arruinada.
Os dejo la paz, os doy mi propia paz
San Columbano. Monje irlandés fundador de monasterios en Francia (563-615)
Moisés escribió en la Ley: Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza. Nos toca a nosotros reflejar a nuestro Dios, nuestro Padre, la imagen de su santidad. No seamos pintores de una imagen extraña. Y para que no introduzcamos en nosotros la imagen del orgullo, ¡dejemos que Cristo pinte en nosotros su imagen! Lo hizo cuando dijo: Os dejo la paz, os doy mi propia paz.
Pero ¿para qué sirve saber que esta paz es buena para nosotros si no la guardamos con cuidado? Lo bueno es a menudo muy frágil, y los bienes preciosos necesitan un cuidado esmerado y una gran vigilancia. La paz es muy frágil y se puede perder por una palabra dicha con ligereza o por una pequeña herida causada al hermano. Ahora bien, no hay nada que guste tanto a los humanos como hablar palabras ociosas y ocuparse de cosas insustanciales, hacer discursos vanos y criticar a los ausentes. De ahí se desprende que los que no puedan decir con el profeta: El Señor me ha dado una lengua de discípulo para sostener con mi palabra al abatido, deben callarse, o bien, si dicen alguna palabra, que sea una palabra de paz. La plenitud de la Ley consiste en el amor. ¡Que nuestro Señor y Salvador Jesucristo se digne inspirar nuestras palabras, él que es el autor de la paz y el Dios del amor!
Anunciad la Buena Nueva a toda la creación
San Ireneo de Lyon. Murió mártir († 200)
Después de que el Señor resucitara de entre los muertos y los discípulos fueran revestidos de la fuerza del Espíritu Santo, partieron hacia los confines de la tierra proclamando la Buena Nueva de Dios, anunciando a los hombres la paz del cielo. Mateo, entre los hebreos, en su propia lengua, publicó un escrito sobre el evangelio, mientras que Pedro y Pablo evangelizaron Roma y fundaron allí la Iglesia. Después de su muerte, Marcos, el discípulo de Pedro e intérprete suyo, nos transmitió también por escrito la predicación de Pedro. Por su parte, Lucas, el compañero de Pablo, recogió en un libro el evangelio que este predicó. Por fin, Juan, el discípulo del Señor, el mismo que se había recostado sobre el pecho de Jesús, publicó el evangelio durante su estancia en Éfeso.
Marcos presenta así el comienzo del evangelio: Comienzo de la buena noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios. Según está escrito en el profeta Isaías: Mira, envío a mi mensajero delante de ti, el que ha de preparar tu camino. Utiliza las palabras de los santos profetas para comenzar su evangelio. Al que los profetas proclamaron Dios y Señor, Marcos lo pone en el inicio como Padre de nuestro Señor Jesucristo. Al final de su evangelio, Marcos dice: Después de hablarles, el Señor Jesús fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios. Es la confirmación de la palabra del profeta: Oráculo del Señor a mi señor, siéntate a mi derecha y haré de tus enemigos estrado de tus pies.
Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo
Santa Teresa de Calcuta. Fundadora de las Hermanas Misioneras de la Caridad (1910-1997)
Estamos llamados a amar al mundo. Y tanto amó Dios al mundo que le dio a Jesús. Hoy, ama tanto al mundo que nos da al mundo, a ti y a mí, para que seamos su amor, su compasión, su presencia a través de una vida de oración, de sacrificio, de abandono. La respuesta que Dios espera de ti es que llegues a ser contemplativo, que seas contemplativo. Tomémosle la palabra a Jesús y seamos contemplativos en el corazón del mundo, porque, si tenemos fe, estamos perpetuamente en su presencia. El alma, a través de la contemplación, saca directamente del corazón de Dios las gracias que la vida activa tiene el encargo de distribuir. Nuestras existencias deben estar unidas a Cristo que nos habita. Si no vivimos en la presencia de Dios, no podemos perseverar.
¿Qué es la contemplación? Vivir la vida de Jesús. Es así como yo la comprendo. Amar a Jesús, vivir su vida en el seno de la nuestra, vivir la nuestra en el seno de la suya. La contemplación no es encerrarse en una cabina oscura, sino dejar que sea Jesús quien viva su pasión, su amor, su humildad en nosotros, que ore con nosotros, que esté con nosotros, y santifique a través de nosotros. Nuestra vida y nuestra contemplación son una misma cosa. No se trata aquí de hacer, sino de ser. De hecho, se trata del gozo pleno de nuestro espíritu por el Espíritu Santo que insufla en nosotros la plenitud de Dios y nos envía a toda la creación como su personal mensaje de amor.
Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre
San Bernardo (fue monje cisterciense y gran autor espiritual). Es doctor de la Iglesia (1090-1153).
El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Con toda seguridad vive en nosotros por la fe y habita en nuestra memoria, habita en nuestro pensamiento y desciende incluso hasta nuestra imaginación. Antes, efectivamente, ¿qué idea podía el hombre hacerse de Dios sino la de un ídolo fabricado por su propio ingenio? Dios era incomprensible e inaccesible. Pero, ahora, Dios quiere que se le pueda comprender, que se le pueda ver, que se le pueda tocar y alcanzar con el pensamiento.
¿De qué manera?, me preguntas. Escondido en un pesebre, descansando sobre las rodillas de la Virgen, predicando en la montaña, orando de noche; y no menos clavado en la cruz, lívido en la muerte, libre entre los muertos y victorioso sobre el infierno. Resucitando al tercer día, mostrando a los apóstoles las llagas de los clavos, signos de su victoria, y, por fin, subiendo ante su mirada, hacia los cielos. De todos estos acontecimientos ¿hay alguno que deje de suscitar en nosotros un pensamiento verdadero, fervoroso y santo? Si pienso en cualquiera de ellos, pienso en Dios, y, a través de todos ellos, él es mi Dios. Meditar estos acontecimientos es la sabiduría misma. Es la dulzura que María meditaba en su corazón.
Tú eres nuestro auxilio, nuestra fe, nuestra recompensa
San Ambrosio. Fue obispo de Milán, elocuente predicador y gran catequeta: convirtió y bautizó a san Agustín. Es doctor de la Iglesia (340-397).
Acerquémonos apresuradamente a nuestro Redentor Jesús. Unámonos a la asamblea de los santos, a la reunión de los justos. El Señor será la luz de todos y esta luz verdadera que alumbra a todo hombre brillará para todos. Iremos donde nuestro Señor Jesucristo ha preparado una morada para sus siervos para que donde él está estemos también nosotros. Esta es su voluntad: Volveré y os llevaré conmigo, para que podáis estar donde yo estoy.
Nos ha mostrado el lugar y el camino cuando dice: Vosotros ya sabéis el camino para ir adonde yo voy. El lugar es estar junto al Padre; el camino es Cristo, como él mismo dijo: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Entremos en este camino, unámonos a la verdad, sigamos la vida. El camino es el que nos conduce, la verdad la que nos asegura, la vida es que se nos da él mismo. Y para que comprendamos bien lo que él quiere, añade más adelante: Padre, yo deseo que todos estos que tú me has dado puedan estar conmigo donde esté yo, para que contemplen la gloria que me has dado, porque tú me amaste antes de la creación del mundo. Te seguimos, Señor Jesús. Pero, para que te sigamos, ¡llámanos, porque sin ti nadie llega hasta ti! Tú eres el camino, la verdad y la vida. Tú eres nuestro auxilio, nuestra fe, nuestra recompensa. ¡Acoge a los que te pertenecen, tú que eres el camino; fortifícalos, tú que eres la verdad; vivifícalos, tú que eres la vida!
Recemos por todos los pastores, predicadores y guías espirituales
San Pío de Pietrelcina. Capuchino italiano (1887-1968)
Después del amor a nuestro Señor, te recomiendo el amor a la Iglesia, su Esposa. Ella es, en cierto modo, la paloma que da calor y ayuda a nacer a los pequeños de su Esposo. Da gracias a Dios por ser hija de la Iglesia, según el ejemplo de un número tan grande de fieles que nos han precedido en este camino bienaventurado. Ten compasión de todos los pastores, predicadores y guías espirituales. Los hay en toda la redondez de la tierra… Reza por ellos para que, salvándose ellos, sean fecundos y ayuden a los demás en el camino de la salvación.
Reza tanto por las personas descarriadas como por las fervorosas, reza por el Santo Padre, por todas las necesidades espirituales y temporales de la Iglesia, nuestra madre. Eleva una oración especial por todos aquellos que trabajan por la salvación de los demás para gloria de Dios Padre.
Un solo rebaño y un solo pastor
San Pablo VI (Papa desde 1963 a 1978)
Cuando Jesús se presenta como el buen Pastor, se sitúa en una larga tradición bíblica familiar a sus discípulos y a sus oyentes. El Dios de Israel, en efecto, se había manifestado siempre como el buen Pastor de su pueblo. Había escuchado sus súplicas, los había liberado de la tierra de esclavitud, los había conducido por su bondad en la dura marcha por el desierto hacia la tierra prometida… Siglo tras siglo, el Señor seguía conduciendo al pueblo, más aún, lo llevaba en brazos como el pastor lleva a los corderos. Lo había conducido después del castigo del exilio, llamándolo de nuevo y reuniendo a las ovejas perdidas para llevarlas a la tierra de sus antepasados.
Por este motivo, los que nos han precedido en la fe se dirigían a Dios filialmente como a su pastor: El Señor es mi pastor, nada me falta. Cuando, en la plenitud del tiempo, vino Jesús, encontró a su pueblo como un rebaño sin pastor y le dio lástima. En él se cumplieron las profecías y se concluyó la espera. Con las mismas palabras de la tradición bíblica, Jesús se presenta como el buen Pastor que conoce a sus ovejas, las llama a cada una por su nombre y da la vida por ellas. Y así habrá un solo rebaño y un solo pastor.
Jesucristo ha resucitado y está a nuestro lado
María Ochoa, mi jefa de grupo de la Hospitalidad de Lourdes
A mi me ha tocado vivir la Pascua desde primera línea de batalla, como enfermera en una Residencia de Ancianos, llevada por Las Hermanitas de Los Pobres.
No está siendo nada fácil para que mentir, pero en el cansancio, en el dolor, no hay duda que se ve a Cristo Resucitado. Cuando voy por el pasillo cada uno está en sus cuartos pero todos los días me cruzo con alguno que solo en el pasillo va andando con su rosario en la mano, ellos en sus momentos más difíciles, con todas las noticias que vemos de la crueldad de este Virus con la gente mayor, con el miedo a que les toque a ellos, y alejados de sus familias, se agarran fuerte al Rosario y no abandonan su Fe… para mi un ejemplo diario y sin duda un empujón de fuerza para seguir peleando y seguir confiando en Él. Estamos acompañando no solo a cada uno en su enfermedad y ayudando a intentar superar esto, sino también acompañando en momentos familiares donde somos un miembro más de la familia, no solo la que sostiene el móvil para hacer esa videollamada, donde les transmiten que estén tranquilos que todo está bien , ven a sus nietos, soplan las velas en los cumpleaños….. y la que cuando las cosas no están tan bien llora de emoción detrás de esas gafas y mascarilla, al escuchar las palabras de “Estar tranquilos y saber que os quiero…” sin duda momentos bonitos pero también difíciles pero afortunadas de poder también vivir todo eso con ellos, con los que estamos cada día del año, y con los que sin duda se han convertido en los abuelos de cada una.
Ellos sufren por nosotras, como sufre mi propia abuela, cada vez que nos ven entrar con esos trajes, solo nos dicen pobrecillas lo que estáis pasando, el calor y agobio que tendréis, aprovecha y siéntate a descansar aquí un ratito, esos momentos sin duda uno de los mejores del dia.
No hay duda que está siendo la Pascua más vivida de mi vida, y en la que más he sentido que Jesucristo ha resucitado y está a nuestro lado. Es momento de estar ahí para quien lo necesita, de decir Te quiero, de llamadas telefónicas, es momento de ¡¡¡estar Vivos!!!
Como buen pastor, doy mi vida por las ovejas
Santo Tomás de Aquino | Lectura del evangelio de san Juan, X; 3,1-2.
El servicio del buen pastor es la caridad. Por esto, Jesús dice que da la vida por sus ovejas, a saber, que el buen pastor cuida con esmero de su rebaño, mientras que el asalariado busca su propio interés. Por esto dice el profeta: ¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿No es el rebaño lo que deben apacentar los pastores? Aquel que se aprovecha del rebaño para sus propios intereses no es un buen pastor. Un buen pastor, en el sentido natural, soporta muchos trabajos por el rebaño a su cargo, como dice Jacob: De día me consumía el calor y de noche el frío, sin poder dormir.
La salud espiritual del rebaño importa más que la misma vida del pastor. Por eso, cuando el rebaño está en peligro, su pastor tiene que asumir perder la vida por la salvación del rebaño. El Señor dice: El buen pastor da la vida por sus ovejas, su vida física, por el ejercicio de la autoridad llena de amor. Cristo nos ha dado ejemplo: Entregó su vida por nosotros. Nosotros también debemos dar la vida los unos por los otros.
Homilías sobre los Evangelios 14,3-6
San Gregorio Magno | Homilías sobre los Evangelios 14,3-6
Yo soy el buen Pastor, que conozco a mis ovejas, es decir, que las amo, y las mías me conocen. Habla, pues, como si quisiera dar a entender a las claras: «los que aman vienen tras de mí». Pues el que no ama la verdad es que no la ha conocido todavía.
Acabáis de escuchar, queridos hermanos, el riesgo que corren los pastores; calibrad también, en las palabras del Señor, el que corréis también vosotros. Mirad si sois, en verdad, sus ovejas, si le conocéis, si habéis alcanzado la luz de su verdad. Si le conocéis, digo, no sólo por la fe, sino también por el amor; no sólo por la credulidad, sino también por las obras. Porque el mismo Juan evangelista, que nos dice lo que acabamos de oír, añade también: Quien dice: «Yo le conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso.
Por ello dice también el Señor en el texto que comentamos: Igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre, yo doy mi vida por las ovejas. Como si dijera claramente: «la prueba de que conozco al Padre y el Padre me conoce a mí está en que entrego mi vida por mis ovejas; es decir, en la caridad con que muero por mis ovejas, pongo de manifiesto mi amor por el Padre».
Y de nuevo vuelve a referirse a sus ovejas diciendo: Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna. Y un poco antes había dicho: Quien entre por mí se salvará, y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. O sea, tendrá acceso a la fe, y pasará luego de la fe a la visión, de la credulidad a la contemplación, y encontrara pastos en el eterno descanso.
Sus ovejas encuentran pastos, porque quienquiera que siga al Señor con corazón sencillo se nutrirá con un alimento de eterno verdor. ¿Cuáles son, en efecto, los pastos de estas ovejas, sino los gozos eternos de un paraíso inmarchitable? Los pastos de los elegidos son la visión del rostro de Dios, con cuya plena contemplación la mente se sacia eternamente.
Busquemos, por tanto, hermanos queridísimos, estos pastos, en los que podremos disfrutar en compañía de tan gran asamblea de santos. El mismo aire festivo de los que ya se alegran allí nos invita. Levantemos, por tanto nuestros ánimos, hermanos; vuelva a enfervorizarse nuestra fe, ardan nuestros anhelos por las cosas del cielo, porque amar de esta forma ya es ponerse en camino.
Que ninguna adversidad pueda alejarnos del júbilo de la solemnidad interior, puesto que cuando alguien desea de verdad ir a un lugar, las asperezas del camino, cualesquiera que sean, no pueden impedírselo.
Que tampoco ninguna prosperidad, por sugestiva que sea, nos seduzca, pues no deja de ser estúpido el caminante que, ante el espectáculo de una campiña atractiva en medio de su viaje, se olvida de la meta a la que se dirigía.
¿También vosotros queréis marcharos?
San Agustín | Homilía 25 sobre el evangelio de san Juan, 14-16
Yo soy el pan vivo. Vosotros anheláis este pan del cielo, lo tenéis delante y no lo coméis. Con todo, no os condeno: ¿puede anular vuestra infidelidad la fidelidad de Dios? Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera. ¿Cuál es esta interioridad de la que uno no puede salir fuera? Un gran recogimiento, un suave secreto que no cansa, limpio de toda amargura de pensamientos malos, exento de los tormentos de tentaciones y dolores. ¿No es este el secreto en el que penetrará el siervo fiel y solícito que escuche las palabras: Entra en el gozo de tu Señor?
Para curar la causa de todos los males, es decir, el orgullo, el Hijo de Dios ha bajado y se ha hecho hombre humilde. ¿Por qué te enorgulleces, hombre? Dios se hizo humilde por ti. Podrías, quizá, avergonzarte de imitar la humildad de un hombre, ¡imita la humildad de Dios! Dios se hizo hombre; tú, hombre, reconoce que eres hombre: toda tu humildad consiste en conocerte como hombre. Dios, al enseñarnos la humildad, nos dijo: Yo he venido para hacer la voluntad del que me ha enviado. «He venido, humilde, a enseñar la humildad como un maestro de humildad. El que venga a mí se convierte en miembro de mi cuerpo. El que viene a mí será humilde, no hace su propia voluntad, sino la de Dios. Por eso no será echado fuera».
Sermón sobre nuestro Señor 3-4.9
Sermón sobre nuestro Señor 3-4.9 | San Efrén
Nuestro Señor fue conculcado por la muerte, pero él, a su vez, conculcó la muerte, pasando por ella como si fuera un camino. Se sometió a la muerte y la soportó deliberadamente para acabar con la obstinada muerte. En efecto, nuestro Señor salió cargado con su cruz, como deseaba la muerte; pero desde la cruz gritó, llamando a los muertos a la resurrección, en contra de lo que la muerte deseaba.
La muerte le mató gracias al cuerpo que tenía; pero él, con las mismas armas, triunfó sobre la muerte. La divinidad se ocultó bajo los velos de la humanidad; sólo así pudo acercarse a la muerte, y la muerte le mató, pero él, a su vez, acabó con la muerte. La muerte, en efecto, destruyó la vida natural, pero luego fue destruida, a su vez, por la vida sobrenatural.
La muerte, en efecto, no hubiera podido devorarle si él no hubiera tenido un cuerpo, ni el infierno hubiera podido tragarle si él no hubiera estado revestido de carne; por ello quiso el Señor descender al seno de una virgen para poder ser arrebatado en su ser carnal hasta el reino de la muerte. Así, una vez que hubo asumido el cuerpo, penetró en el reino de la muerte, destruyó sus riquezas y desbarató sus tesoros.
Porque la muerte llegó hasta Eva, la madre de todos los vivientes. Eva era la viña, pero la muerte abrió una brecha en su cerco, valiéndose de las mismas manos de Eva; y Eva gustó el fruto de la muerte, por lo cual la que era madre de todos los vivientes se convirtió en fuente de muerte para todos ellos.
Pero luego apareció María, la nueva vid que reemplaza a la antigua; en ella habitó Cristo, la nueva Vida. La muerte, según su costumbre, fue en busca de su alimento y no advirtió que, en el fruto mortal, estaba escondida la Vida, destructora de la muerte; por ello mordió sin temor el fruto, pero entonces liberó a la vida, y a muchos juntamente con ella.
El admirable hijo del carpintero llevó su cruz a las moradas de la muerte, que todo lo devoraban, y condujo así a todo el género humano a la mansión de la vida. Y la humanidad entera, que a causa de un árbol había sido precipitada en el abismo inferior, por otro árbol, el de la cruz, alcanzó la mansión de la vida. En el árbol, pues, en que había sido injertado un esqueje de muerte amarga, se injertó luego otro de vida feliz, para que confesemos que Cristo es Señor de toda la creación.
¡A ti la gloria, a ti que con tu cruz elevaste como un puente sobre la misma muerte, para que las almas pudieran pasar por él desde la región de la muerte a la región de la vida!
¡A ti la gloria, a ti que asumiste un cuerpo mortal e hiciste de él fuente de vida para todos los mortales!
Tú vives para siempre; los que te dieron muerte se comportaron como los agricultores: enterraron la vida en el sepulcro, como el grano de trigo se entierra en el surco, para que luego brotara y resucitara llevando consigo a otros muchos.
Venid, hagamos de nuestro amor una ofrenda grande y universal; elevemos cánticos y oraciones en honor de aquel que, en la cruz, se ofreció a Dios como holocausto para enriquecernos a todos.
Quien come de este pan vivirá eternamente (Sermón 45)
Sermón 45 | San Pedro Damián Ermitaño y después obispo, es doctor de la Iglesia (1007-1072).
Quien come de este pan vivirá eternamente
La Virgen María engendró a Jesucristo, lo estrechó entre sus brazos, lo envolvió en pañales y lo colmó de sus cuidados de madre. Es el mismo Jesús del que nosotros recibimos ahora el cuerpo y la sangre en el sacramento del altar. Esta es la verdad de la fe católica, esto es lo que enseña fielmente la Iglesia.
Ninguna lengua llegará a glorificar debidamente a aquella de quien nació el mediador entre Dios y los hombres. No hay elogio humano que esté a la altura de aquella que llevó en sus purísimas entrañas el fruto que alimenta nuestras almas, aquel que da testimonio de sí mismo con estas palabras: Yo soy el Pan vivo que ha bajado del cielo; quien come de este pan vivirá eternamente. En efecto, los que hemos sido desterrados del paraíso de las delicias a causa de un alimento somos devueltos a los gozos del paraíso por un alimento. Eva comió de la manzana y fuimos condenados a un ayuno eterno. María nos da el Pan de vida y somos invitados al banquete eterno.
De la homilía en París el 30 de mayo de 1980
San Juan Pablo II | De la homilía en París el 30 de mayo de 1980
Para siempre, hasta el final de su vida, Pedro tenía que seguir su camino acompañado de esta triple pregunta: ¿Me amas?, y medir todas sus actividades según la respuesta que entonces había dado. Sabía también que, gracias a la fuerza de esas palabras, en la Iglesia los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones y que el Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar.
Pedro ya no pudo jamás desprenderse de esta pregunta: ¿Me amas? La llevaba consigo dondequiera que fuera. La lleva a través de los siglos, a través de las generaciones. En medio de los nuevos pueblos y de la nuevas naciones. En medio de la lenguas y de las razas siempre nuevas. La lleva él solo, y sin embargo, nunca está solo. Otros la llevan con él. Ha habido y hay muchos hombres y mujeres que han sabido y saben todavía hoy que toda su vida tiene valor y sentido solo y exclusivamente en la medida en que es una respuesta a esta misma pregunta: ¿Amas? ¿Me amas? Han dado y dan su respuesta de manera total y perfecta –una respuesta heroica– o bien de manera común, ordinaria. Pero en todo caso saben que su vida, que la vida humana en general, tiene valor y sentido en la medida que es la respuesta a esta pregunta: «¿Amas?» Es tan solo gracias a esta pregunta que la vida vale la pena ser vivida.
Sermón 34
San Agustín, obispo | Sermón 34
Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de los fieles. Se nos ha exhortado a cantar al Señor un cántico nuevo. El hombre nuevo conoce el cántico nuevo. Cantar es alegría y, si nos fijamos más detenidamente, cantar es expresión de amor. De modo que quien ha aprendido a amar la vida nueva, sabe cantar el cántico nuevo. De modo que el cántico nuevo nos hace pensar en lo que es la vida nueva. El hombre nuevo, el cántico nuevo, el Testamento nuevo: todo pertenece al mismo y único reino. Por esto, el hombre nuevo cantará el cántico nuevo y pertenecerá al Testamento nuevo.
Todo hombre ama; nadie hay que no ame; pero hay que preguntar qué es lo que ama. No se nos invita a no amar, sino a que elijamos lo que hemos de amar. ¿Pero, cómo vamos a elegir si no somos primero elegidos, y cómo vamos a amar si no nos aman primero? Oíd al apóstol Juan: Nosotros amamos a Dios, porque él nos amó primero. Trata de averiguar de dónde le viene al hombre poder amar a Dios y no encontrarás otra razón sino que es porque Dios le amó primero. Se entregó a sí mismo para que le amáramos, y con ello nos dio la posibilidad y el motivo de amarle. Escuchad al apóstol Pablo que nos habla con toda claridad, de la raíz de nuestro amor: El amor de Dios, dice, ha sido derramado en nuestros corazones. Y, ¿de quién proviene este amor? ¿De nosotros tal vez? Ciertamente no proviene de nosotros. Pues, ¿de quién? Del Espíritu Santo que se nos ha dado.
Por tanto, teniendo una gran confianza, amemos a Dios en virtud del mismo don que Dios nos ha dado. Oíd a Juan que dice más claramente aún: Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. No basta con decir: el amor es de Dios. ¿Quién de vosotros sería capaz de decir: Dios es amor? Y lo dijo quien sabía lo que se traía entre manos.
Dios se nos ofrece como objeto total y nos dice: «amadme, y me poseeréis; porque no os será posible amarme si antes no me poseéis».
¡Oh, hermanos e hijos, vosotros que sois brotes de la Iglesia universal, semilla santa del reino eterno, los regenerados y nacidos en Cristo! Oídme: Cantad por mí al Señor un cántico nuevo. «Ya estamos cantando», decís. Cantáis, sí, cantáis. Ya os oigo. Pero procurad que vuestra vida no dé testimonio contra lo que vuestra lengua canta.
Cantad con vuestra voz, cantad con vuestro corazón, cantad con vuestra boca, cantad con vuestras costumbres: Cantad al Señor un cántico nuevo. ¿Preguntáis qué es lo que vais a cantar de aquel a quien amáis? Porque sin duda queréis cantar en honor de aquel a quien amáis: preguntáis qué alabanzas vais a cantar de él. Ya lo habéis oído: Cantad al Señor un cántico nuevo. ¿Preguntáis qué alabanzas debéis cantar? Resuene su alabanza en la asamblea de los fieles. La alabanza del canto reside en el mismo cantor.
¿Queréis rendir alabanzas a Dios? Sed vosotros mismos el canto que vais a cantar. Vosotros mismos seréis su alabanza, si vivís santamente.
Rabí, ¿cuándo has llegado aquí?
San John Henry Newman | Christ Manifested in Remembrance, PPS IV, 17.
Aparentemente, solo después de la resurrección, y sobre todo, después de su ascensión, cuando el Espíritu ya había venido, los apóstoles comprendieron quién era aquel que había estado con ellos. Cuando todo lo demás había acabado, no antes, ellos lo supieron. De manera que aquí vemos, creo yo, la manifestación de un principio general que se presenta ante nosotros a menudo, tanto en la Escritura como en la vida del mundo: no reconocemos la presencia de Dios en el instante que está con nosotros, sino después, cuando volvemos la mirada sobre los acontecimientos pasados.
Acontecimientos agradables o dolorosos: no sabemos en el momento su significado. No vemos en ellos la mano de Dios. Si tenemos fe, confesamos lo que no vemos y acogemos todo lo que nos acontece como venido de su mano. Con todo, tanto si lo aceptamos con espíritu de fe como si no, no hay otro medio de aceptarlo que la fe. No vemos nada. No comprendemos cómo puede suceder tal cosa o a qué sirve tal otra. Un día, Jacob exclama: Todo se vuelve contra mí. Realmente parece que es así… Y no obstante, todas sus desventuras se habrían de trocar en bienes. ¡Prodigiosa providencia, silenciosa y no obstante tan eficaz, constante e infalible! Ella destruye las maquinaciones del diablo. Satanás no puede conocer la mano de Dios que obra en el curso de los acontecimientos.
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San John Henry Newman, nace en Londres; convertido del anglicanismo, fue presbítero, cardenal y fundador de una comunidad religiosa (1801-1890).
Sobre la celebración de la Eucaristía
San Justino (autor siglo II)
A nadie es lícito participar de la Eucaristía si no cree que son verdad las cosas que enseñamos, y no se ha purificado en aquel baño que da la remisión de los pecados y la regeneración, y no vive como Cristo nos enseñó.
Porque no tomamos estos alimentos como si fueran un pan común o una bebida ordinaria sino que, así como Cristo, nuestro salvador, se hizo carne por la Palabra de Dios y tuvo carne y sangre a causa de nuestra salvación, de la misma manera hemos aprendido que el alimento sobre el que fue recitada la acción de gracias que contiene las palabras de Jesús, y con que se alimenta y transforma nuestra sangre y nuestra carne, es precisamente la carne y la sangre de aquel mismo Jesús que se encarno.
Los apóstoles, en efecto, en sus tratados, llamados Evangelios, nos cuentan que así les fue mandado, cuando Jesús, tomando pan y dando gracias, dijo: Haced esto en conmemoración mía. Esto es mi cuerpo; y luego, tomando del mismo modo en sus manos el cáliz, dio gracias, y dijo: Esta es mi sangre, dándoselo a ellos solos. Desde entonces seguimos recordándonos siempre unos a otros estas cosas; y los que tenemos bienes acudimos en ayuda de los que no los tienen, y permanecemos unidos. Y siempre que presentamos nuestras ofrendas alabamos al Creador de todo por medio de su Hijo Jesucristo y del Espíritu Santo.
El día llamado del sol se reúnen todos en un lugar, lo mismo los que habitan en la ciudad que los que viven en el campo, y, según conviene, se leen los tratados de los apóstoles y los escritos de los profetas, según el tiempo lo permita.
Luego, cuando el lector termina, el que preside se encarga de amonestar, con palabras de exhortación, a la imitación de cosas tan admirables.
Después nos levantamos todos a la vez y recitamos preces; y a continuación, como ya dijimos, una vez que concluyen las plegarias, se trae pan, vino y agua: y el que preside pronuncia con todas sus fuerzas preces y acciones de gracias, y el pueblo responde «Amén»; tras de lo cual se distribuyen los dones sobre los que se ha pronunciado la acción de gracias, comulgan todos, y los diáconos se encargan de llevárselo a los ausentes.
Los que poseen bienes de fortuna y quieren, cada uno da, a su arbitrio, lo que bien le parece, y lo que se recoge se deposita ante el que preside, que es quien se ocupa de repartirlo entre los huérfanos y las viudas, los que por enfermedad u otra causa cualquiera pasan necesidad, así como a los presos y a los que se hallan de paso como huéspedes; en una palabra, él es quien se encarga de todos los necesitados.
Y nos reunimos todos el día del sol, primero porque en este día, que es el primero de la creación, cuando Dios empezó a obrar sobre las tinieblas y la materia; y también porque es el día en que Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos. Le crucificaron, en efecto, la víspera del día de Saturno, y al día siguiente del de Saturno, o sea el día del sol, se dejó ver de sus apóstoles y discípulos y les enseñó todo lo que hemos expuesto a vuestra consideración.
El Señor trabajaba con ellos y confirmaba la Palabra
San Bruno de Segni (Obispo del siglo XI).
El Señor le dijo a los Once: Estas señales acompañarán a los que crean: en mi nombre, echarán demonios, hablarán un nuevo lenguaje; tomarán a las serpientes con las manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño; le impondrán sus manos a los enfermos, y los enfermos recuperarán la salud. En la Iglesia primitiva, todos estos signos que el Señor enumera se cumplieron al pie de la letra. Los paganos no habrían abandonado el culto a los ídolos si la predicación evangélica no hubiera sido confirmada por tantos signos y milagros.
Pero en cuanto a nosotros, ya no necesitamos signos y prodigios: nos basta leer o escuchar la historia de los que estuvieron allí. No obstante, aún se producen señales todos los días. Cada día, los sacerdotes dan el bautismo y hacen llamadas a la conversión: ¿no es eso cazar a los demonios? Cada día hablan un lenguaje nuevo cuando explican las Escrituras y reemplazan los antiguos escritos con la novedad del sentido espiritual. Hacen huir a las serpientes, cuando quitan el vicio de los corazones de los pecadores con una dulce persuasión; curan a los enfermos cuando reconcilian a Dios con sus almas inválidas por medio de sus plegarias. Tales eran los signos que el Señor había prometido para sus santos: tales son los que se realizan aún hoy en día.
La crisis actual vista por el cardenal Sarah
El Cardenal Sarah es Prefecto de la Congregación de la Sagrada Liturgia y estrecho colaborador del Papa.
Extractos de la entrevista al Cardenal Sarah (entrevista completa).
“En pocas semanas, la gran quimera de un mundo materialista que se creía todopoderoso parece haberse hundido. He aquí que un virus microscópico, ha puesto de rodillas a este mundo que se contemplaba a sí mismo ebrio de autosatisfacción porque se creía invulnerable. la economía se ha hundido y las bolsas caen en picado. Hay fracasos por doquier. Henos aquí, enloquecidos, confinados por un virus del que nos sabemos casi nada. El término epidemia había sido superado, era un término medieval. De repente, se ha convertido en nuestra cotidianidad”.
“El hombre autodenominado todopoderoso aparece en su cruda realidad. Aquí está, desnudo. Su debilidad y su vulnerabilidad son patentes. El hecho de estar confinados en casa nos permitirá, espero, volver de nuevo a lo esencial, redescubrir la importancia de nuestra relación con Dios y, por ende, de la centralidad de la oración en la existencia humana. Y, con la conciencia de nuestra fragilidad, en confiar en Dios y su misericordia paterna”.
“La experiencia del confinamiento ha permitido que muchos redescubran que dependemos real y concretamente los unos de los otros. Cuando todo se desmorona, solo quedan los vínculos del matrimonio, la familia y la amistad. Hemos descubierto de nuevo que somos miembros de una nación y, como tales, estamos unidos por lazos invisibles pero reales. Y, sobre todo, hemos redescubierto que dependemos de Dios”.
“Nos hemos dado cuenta de que la muerte no era algo lejano. Hemos abierto los ojos. Lo que nos preocupaba: economía, vacaciones, polémicas mediáticas, ha pasado a un inútil segundo plano. Es imposible no plantearse la cuestión de la vida eterna cuando cada día nos informan del número de contagiados y fallecidos. Hay quien entra en pánico, lleno de temor. Otros rechazan las evidencias y se dicen: es un mal momento que hay que pasar, todo volverá a ser como antes”.
“¿Y si, de manera sencilla, en este silencio, en esta soledad, este confinamiento, osáramos rezar? ¿Si osáramos transformar nuestra familia y nuestro hogar en iglesia doméstica? ….orientando todas las cosas y todas las decisiones hacia la gloria de Dios. ¿Y si, simplemente, osáramos aceptar nuestra finitud, nuestros límites, nuestra debilidad de criaturas? Me atrevo a invitar a todos a dirigirse a Dios, hacia el Creador, el Salvador. Dado que la muerte está presente de manera tan masiva, invito a todos a plantearse la pregunta: ¿la muerte es realmente el final de todo? ¿O es un pasaje, ciertamente doloroso, pero que desemboca en la vida? Por esto, Cristo resucitado es nuestra gran esperanza. Dirijamos nuestra mirada hacia Él. Acerquémonos a Él, que es la Resurrección y la Vida. Nos queda la adoración, la confianza y la contemplación del misterio”.
“Pero lo único que podemos hacer es rezar, animarnos mútuamente, apoyarnos los unos a los otros. Ha llegado el momento de redescubrir la oración personal . Ha llegado el momento de redescubrir la oración en familia, de que los padres aprendan a bendecir a sus hijos. Los cristianos, privados de la eucaristía, se dan cuenta de la gracia que era la comunión para ellos. Los animo a poner en práctica la adoración en sus casas, porque no hay vida cristiana sin vida sacramental”.
“Algunos dicen que nada volverá a ser como antes. Lo espero. Sin embargo, temo que, si el hombre no vuelve con todo su corazón a Dios, todo volverá a ser como antes y el camino del hombre hacia el abismo será ineludible”.
“Defender la fe es defender a los más débiles, los más humildes, permitiendo que amen a Dios de verdad. Está en juego la salvación de las almas, de las nuestras y de las de nuestros hermanos. El día en que ya no ardamos de amor por nuestra fe, el mundo morirá de frío puesto que estará privado de su bien más precioso”.
“No podemos llamarnos creyentes y vivir, en práctica, como ateos!”
Tratado 2
San Gaudencio de Brescia, Obispo de finales del siglo IV | Tratado 2
El sacrificio celeste instituido por Cristo constituye efectivamente la rica herencia del Nuevo Testamento que el Señor nos dejó, como prenda de su presencia, la noche en que iba a ser entregado para morir en la cruz.
Este es el viático de nuestro viaje, con el que nos alimentamos y nutrimos durante el camino de esta vida, hasta que saliendo de este mundo lleguemos a él; por eso decía el mismo Señor: Si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre, no tenéis vida en vosotros
Quiso, en efecto, que sus beneficios quedaran entre nosotros, quiso que las almas, redimidas por su preciosa sangre, fueran santificadas por este sacramento, imagen de su pasión; y encomendó por ello a sus fieles discípulos, a los que constituyó primeros sacerdotes de su Iglesia, que siguieran celebrando ininterrumpidamente estos misterios de vida eterna; misterios que han de celebrar todos los sacerdotes en cada una de las iglesias de todo el orbe, hasta el glorioso retorno de Cristo. De este modo los sacerdotes, junto con toda la comunidad de creyentes, contemplando todos los días el sacramento de la pasión de Cristo, llevándolo en sus manos, tomándolo en la boca, recibiéndolo en el pecho, mantendrán imborrable el recuerdo de la redención.
El pan, formado de muchos granos de trigo convertidos en flor de harina, se hace con agua y llega a su entero ser por medio del fuego; por ello resulta fácil ver en él una imagen del cuerpo de Cristo, el cual, como sabemos, es un solo cuerpo formado por una multitud de hombres de toda raza, y llega a su total perfección por el fuego del Espíritu Santo.
Cristo, en efecto, nació del Espíritu Santo y, como convenía que cumpliera todo lo que Dios quiere, entró en el Jordán para consagrar las aguas del bautismo, y después salió del agua, lleno del Espíritu Santo, que había descendido sobre él en forma de paloma, como lo atestigua el evangelista: Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán.
De modo semejante, el vino de su sangre, cosechado de los múltiples racimos de la viña por él plantada, se exprimió en el lagar de la cruz y bulle con toda su fuerza en los vasos generosos de quienes lo beben con fe.
Los que acabáis de libraros del poder de Egipto y del Faraón, que es el diablo, compartid en nuestra compañía, con toda la avidez de vuestro corazón creyente, este sacrificio de la Pascua salvadora; para que el mismo Señor nuestro, Jesucristo, al que reconocemos presente en sus sacramentos, nos santifique en lo más íntimo de nuestro ser: cuyo poder inestimable permanece por los siglos.
“El que cree en mi no morirá, sino que obtendrá la vida eterna”
San Juan Pablo II | Encíclica Dives in misericordia, 7.
¿Qué nos está diciendo, pues, la cruz de Cristo, que es en cierto sentido la última palabra de su mensaje y de su misión mesiánica? Y, sin embargo, esta no es aún la última palabra del Dios de la alianza: esa palabra será pronunciada en aquella alborada, cuando las mujeres primero y los apóstoles después, venidos al sepulcro de Cristo crucificado, verán la tumba vacía y proclamarán por vez primera: Ha resucitado. Ellos lo repetirán a los otros y serán testigos de Cristo resucitado…
Creer en el Hijo crucificado significa ver al Padre, significa creer que el amor está presente en el mundo y que este amor es más fuerte que toda clase de mal en que el hombre, la humanidad, el mundo están metidos. Creer en ese amor significa creer en la misericordia. En efecto, es esta la dimensión indispensable del amor, es como su segundo nombre y a la vez el modo específico de su revelación y actuación respecto a la realidad del mal presente en el mundo que afecta al hombre y lo asedia, que se insinúa asimismo en su corazón y puede hacerle perecer en la gehena.
Beato Juan Bautista Turpin de Gormier
San Rafael Arnaiz (Hermano Rafael)
Beato Juan Bautista Turpin de Gormier
Sacerdote y mártir (†1794)
Juan Bautista encabezaba un grupo de cristianos mártires que dieron la vida durante la Revolución francesa. En 1783 fue nombrado párroco de la Trinidad de Laval. Pese a las presiones, se negó a firmar el juramento que reafirmaba la autoridad del nuevo orden en detrimento de Roma. Por su rechazo, fue encerrado en el convento de Cordéliers. El tribunal revolucionario de Laval obligó a declarar a catorce sacerdotes y a otras personas sospechosas de estar en contra de la Revolución. Allí Juan Bautista explicó que se había negado a apoyar el juramento de soberanía porque iba en contra de su conciencia. Como cabecilla del grupo de sacerdotes, se le invitó nuevamente a firmar el juramento que le obligaba a no profesar ninguna religión. Volvió a negarse. Todos los sacerdotes fueron sacrificados.
__¿Verdad que a nadie oyes hablar de Dios?
¿Verdad que todo lo que con él se relaciona
es cosa como de segundo orden?
¿Verdad que en el mundo tiene más importancia
una buena cosecha que una buena comunión?__
La Pascua espiritual
Anónimo | De una homilía pascual de autor antiguo
La Pascua que celebramos es el origen de la salvación de todos los hombres, empezando por el primero de ellos, Adán, que pervive aún en todos los hombres y en nosotros recobra ahora la vida.
Aquellas instituciones temporales que fueron escritas al principio para prefigurar la realidad presente eran sólo imagen y prefiguración parcial e imperfecta de lo que ahora aparece; pero una vez presente la verdad, conviene que su imagen se eclipse; del mismo modo que, cuando llega el rey, a nadie se le ocurre venerar su imagen, sin hacer caso de su persona.
En nuestro caso es evidente hasta qué punto la imagen supera la realidad, puesto que aquella conmemoraba la momentánea preservación de la vida de los primogénitos judíos, mientras que ésta, la realidad, celebra la vida eterna de todos los hombres.
No es gran cosa, en efecto, escapar de la muerte por un cierto tiempo, si poco después hay que morir; sí lo es, en cambio, poderse librar definitivamente de la muerte; y éste es nuestro caso una vez que Cristo, nuestra Pascua, se inmoló por nosotros.
El nombre mismo de esta fiesta alcanza todo su significado si lo explicamos de acuerdo con el verdadero sentido de esta palabra. Pues Pascua significa paso, ya que el exterminador aquel que hería a los primogénitos de los egipcios pasaba de largo ante las casas de los hebreos. Y entre nosotros vuelve a pasar de largo el exterminador, porque pasa sin tocarnos, una vez que Cristo nos ha resucitado a la vida eterna.
Y ¿qué significa en orden a la realidad el hecho de que la Pascua y la salvación de los primogénitos tuvieron lugar en el principio del año? Es sin duda porque también para nosotros el sacrificio de la verdadera Pascua es el comienzo de la vida eterna.
Pues el año viene a ser como un símbolo de la eternidad, por cuanto con sus estaciones que se repiten sin cesar, va describiendo un círculo que nunca finaliza. Y Cristo, el padre del siglo futuro, la víctima inmolada por nosotros, es quien abolió toda nuestra vida pasada y por el bautismo nos dio una vida nueva, realizando en nosotros como una imagen de su muerte y de su resurrección.
Así, pues, todo aquel que sabe que la Pascua ha sido inmolada por él, sepa también que para él la vida empezó en el momento en que Cristo se inmoló para salvarle. Y Cristo se inmoló por nosotros si confesamos la gracia recibida y reconocemos que la vida nos ha sido devuelta por este sacrificio.
Y quien llegue al conocimiento de esto debe esforzarse en vivir de esta vida nueva y no pensar ya en volver otra vez a la antigua, puesto que la vida antigua ha llegado a su fin. Por ello dice la Escritura: Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo vamos a vivir más en pecado?
Sermón para el domingo in albis
Santo Tomás de Villanueva | Sermón para el domingo in albis.
Señor mío y Dios mío
Si no veo en sus manos la señal de los clavos, y no meto el dedo en el lugar de los clavos, y no pongo la mano en su costado, no creeré.
Vemos en este discípulo una resistencia sorprendente; ni el testimonio de muchos de sus hermanos ni verlos en su dicha le son suficientes para darle la fe. Y es ahí donde interviene el Señor, para cuidar esta fe. El buen Pastor no soporta la pérdida de su oveja, él, que había dicho a su Padre: A los que me diste, yo los guardé, y ninguno se perdió. Que los pastores aprendan el cuidado que deben manifestar para con sus ovejas, pues el Señor se apareció por una sola. Toda su atención y toda su labor son poca cosa en comparación con la importancia de una sola alma.
Acerca aquí tu dedo, y mira mis manos; extiende aquí tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. ¡Bienaventurada la mano que ha escudriñado los secretos del corazón de Cristo! ¿Qué riquezas no habrá encontrado? Fue al reposar en este corazón que Juan extrajo los misterios del cielo. Fue escudriñándolo que Tomás descubrió ahí grandes tesoros, ¡qué admirable escuela que educa a tales discípulos! Gracias a ella, Juan se expresó sobre la divinidad de las maravillas más altas que los astros diciendo: En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Y Tomás, alcanzado por la luz de la Verdad, soltó este grito sublime: ¡Señor mío y Dios mío!
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Santo Tomás de Villanueva fue un fraile agustino español que ocupo la sede episcopal de Valencia.
Tuvo una gran fama de predicador, en un estilo sobrio y sencillo (1486-1555).
Catequesis de Jerusalén 22
San Cirilo de Jerusalén, Obispo y Doctor de la Iglesia del siglo IV. | Catequesis de Jerusalén 22.
Nuestro Señor Jesucristo, en la noche en que iban a entregarlo tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomad, comed; esto es mi cuerpo». Y, después de tomar el cáliz y pronunciar la acción de gracias, dijo: «Tomad, bebed; ésta es mi sangre». Si fue él mismo quien dijo sobre el pan: Esto es mi cuerpo, ¿quién se atreverá en adelante a dudar? Y si él fue quien aseguró y dijo: Esta es mi sangre, ¿quién podrá nunca dudar y decir que no es su sangre?
Por lo cual estamos firmemente persuadidos de que recibimos como alimento el cuerpo y la sangre de Cristo. Pues bajo la figura del pan se te da el cuerpo, y bajo la figura del vino, la sangre; para que al tomar el cuerpo y la sangre de Cristo, llegues a ser un solo cuerpo y una sola sangre con él. Así, al pasar su cuerpo y su sangre a nuestros miembros, nos convertimos en portadores de Cristo. Y como dice el bienaventurado Pedro, nos hacemos partícipes de la naturaleza divina.
En otro tiempo Cristo, disputando con los judíos, dijo: Si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre, no tenéis vida en vosotros. Pero como no lograron entender el sentido espiritual de lo que estaban oyendo, se hicieron atrás escandalizados, pensando que se les estaba invitando a comer carne humana.
En la antigua alianza existían también los panes de la proposición: pero se acabaron precisamente por pertenecer a la antigua alianza. En cambio, en la nueva alianza, tenemos un pan celestial y una bebida de salvación, que santifican alma y cuerpo. Porque del mismo modo que el pan es conveniente para la vida del cuerpo, así el Verbo lo es para la vida del alma.
No pienses, por tanto, que el pan y el vino eucarísticos son elementos simples y comunes: son nada menos que el cuerpo y la sangre de Cristo, de acuerdo con la afirmación categórica del Señor; y aunque los sentidos te sugieran lo contrario, la fe te certifica y asegura la verdadera realidad.
La fe que has aprendido te da, pues, esta certeza: lo que parece pan no es pan, aunque tenga gusto de pan, sino el cuerpo de Cristo; y lo que parece vino no es vino, aún cuando así lo parezca al paladar, sino la sangre de Cristo; por eso ya en la antigüedad, decía David en los salmos: El pan da fuerzas al corazón del hombre y el aceite da brillo a su rostro; fortalece, pues, tu corazón comiendo ese pan espiritual, y da brillo al rostro de tu alma.
Y que con el rostro descubierto y con el alma limpia, contemplando la gloria del Señor como en un espejo, vayamos de gloria en gloria, en Cristo Jesús, nuestro Señor, a quien sea dado el honor, el poder y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Estaba ya amaneciendo cuando Jesús se presentó en la orilla
San Gregorio de Narek (Monje y poeta armenio del siglo X. Ha sido nombrado doctor de la Iglesia por el papa Francisco).
Dios misericordioso y compasivo, amigo de los hombres, cuando tú hablas nada hay imposible. Incluso aquello que parece imposible a nuestro espíritu. Señor Jesucristo, luz y dador de luz, no te alegras del mal, no quieres que nadie se pierda, ni deseas jamás la muerte de nadie. No te agitas en la turbación ni estás sujeto a la cólera; tu amor es inquebrantable y duradero, y no dejas de compadecerte; no abandonas nunca tu bondad. No vuelves nunca la espalda a nadie, sino que eres totalmente luz y voluntad de salvación.
Cuando quieres perdonar, lo puedes hacer; cuando quieres curar, eres poderoso; cuando quieres vivificar, eres capaz de hacerlo, cuando quieres conceder gracia, eres generoso; cuando quieres devolver la salud, lo sabes hacer. Cuando quieres renovar, eres creador; cuando quieres resucitar, eres Dios. Cuando, incluso antes de que lo pidamos, quieres extender tu mano, nada te falta. Si quieres fortalecerme a mí que soy débil, tú eres roca; si quieres darme de beber a mí que estoy sediento, tú eres la fuente; si quieres revelar lo que está escondido, tú eres luz. Por mi salvación, has luchado con fuerza, has tomado sobre tu cuerpo inocente todo el sufrimiento de los castigos que habíamos merecido para, a la vez de ser ejemplo para nosotros, manifestar la compasión que nos tienes.
Jesús se presenta en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros»
San Juan Pablo II
Más que nunca tenemos necesidad de entender esta palabra de Cristo resucitado: ¡No tengáis miedo! Es una necesidad para el hombre de hoy… que no cesa de tener miedo en su fuero interno y no sin razón… Es igualmente una necesidad para todos los pueblos y todas las naciones del mundo entero.
Es necesario que, en la conciencia de cada ser humano, se fortalezca la certeza de que existe Alguien que tiene en sus manos el futuro del mundo que pasa, Alguien que guarda las llaves de la muerte y de los abismos, Alguien que es el Alfa y la Omega de la historia del hombre, ya sea individual o colectiva; y, sobre todo, la certeza de que este Alguien es Amor, el Amor hecho hombre, el Amor crucificado y resucitado, el Amor siempre presente en medio de los hombres. Él es el Amor eucarístico. Es fuente inagotable de comunión. Es el único a quien podemos creer sin la más mínima reserva cuando nos pide: ¡No tengáis miedo!
Sus ojos estaban ciegos y no eran capaces de reconocerlo
San Gregorio Magno | Homilía 23 sobre el evangelio
Dos discípulos de Jesús iban por el camino y, aunque no creían en él, hablaban de él. El Señor se les apareció sin presentárseles bajo una forma en que pudieran reconocerle. Así, el Señor llevó a cabo en lo exterior, a los ojos del cuerpo, lo que en ellos se realizaba en el interior, a los ojos del corazón. En el interior de sí mismos, los discípulos amaban y dudaban al mismo tiempo; en lo exterior, el Señor se les hizo presente sin manifestarles que era él. A los que hablaban de él, les ofreció su presencia; pero a los que dudaban de él, les escondió el aspecto que les hubiera permitido reconocerlo. La Verdad, siendo simple, nada hizo con doblez, sino que simplemente se manifestó a los discípulos en su cuerpo de la misma manera que estaba en su espíritu.
Intercambió algunas palabras con ellos, les reprochó su lentitud en comprender, les explicó los misterios de la Santa Escritura que se referían a él. Y sin embargo, para el corazón de los discípulos, por su falta de fe, seguía siendo un extraño. Al fin le ofrecieron hospitalidad como se hace con un viajero. Los discípulos, pues, ponen la mesa y ofrecen algo para comer; y le reconocieron al partir el pan. No han sido iluminados, pues, escuchando los mandamientos de Dios, sino poniéndolos en práctica.
¿Por qué lloras?
San Anselmo, Obispo de Canterbury. Es doctor de la Iglesia (1033-1109).
Mujer, ¿por qué lloras? Amantísimo Señor, ¿cómo es que preguntas por qué llora? ¿No te había visto cruelmente inmolado, agujereado por los clavos, suspendido en el madero como un ladrón, entregado a las burlas de los impíos? Ya que no pudo arrancarte de la muerte, habría querido, al menos, embalsamar tu cuerpo para protegerlo de la corrupción el mayor tiempo posible. Y ahora, para colmo, cree haber perdido ese cuerpo que conservaba la esperanza de poseer todavía. Con ello se desvaneció toda esperanza para ella, ya que no tiene aquello que quería conservar como recuerdo de ti. Es tu fiel discípula, rescatada con tu sangre, y está atormentada por el deseo de verte. ¿Vas a dejarla mucho tiempo con esta pena? No; tu dulce bondad, Amigo, te hace intervenir sin tardar para que aquella que llora a su Señor no dé paso a la amargura de corazón.
¡María! Señor, has llamado a tu sierva por su nombre, y ella reconoce inmediatamente la voz familiar de su Señor. María. ¡Palabra tan dulce, tan desbordante de ternura y de amor! Maestro, te es imposible decirlo de forma más breve y más fuerte: «¡María! Sé que eres tú. Sé qué es lo que quieres. ¡Aquí me tienes! No llores más. Soy yo, a quien tú buscas». Inmediatamente las lágrimas cambian de naturaleza. ¿Cómo podrán parar ahora, que brotan de un corazón en fiesta?
No tengáis miedo
San Pedro Crisólogo
Cuando las mujeres entran en el sepulcro, participan en la sepultura de Cristo, hacen causa común con la pasión. Saliendo del sepulcro, por la fe se levantan antes de resucitar en la carne. Se marcharon a toda prisa del sepulcro, impresionadas y llenas de alegría. Entonces, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «¡Alegraos!» Cristo va al encuentro de las que corren con fe a fin de que, con sus propios ojos, reconozcan lo que habían creído por la fe. Quiere, con su presencia, reconfortar a aquellas a las que, hasta este momento, las palabras oídas las habían dejado temblorosas. Viene a su encuentro como Señor, las saluda como un amigo, les da la vida por amor, las preserva por el temor. Las saluda a fin de que también ellas le sirvan amorosamente, para que el temor no las haga huir.
Les dijo: No tengáis miedo. El Señor les dice lo mismo que el ángel les había dicho anteriormente. El ángel las había hecho fuertes, Cristo las vuelve más fuertes aún. No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán. Levantándose de entre los muertos, Cristo ha repuesto al hombre, no lo ha abandonado. Así pues, llama «hermanos» a los que ha adoptado como hijos de su Padre. Llama «hermanos» a los que, siendo él el heredero lleno de bondad, hace sus coherederos.
Entra en el gozo de tu Señor
San Juan Crisóstomo | Obispo de Constantinopla. Es doctor de la Iglesia (349-407).
¡Entrad todos en el gozo de vuestro Amo! Primeros y últimos, ricos y pobres, vigilantes y holgazanes, los que habéis ayunado y los que no lo habéis hecho: alegraos todos hoy. El festín está a punto, venid todos. El ternero cebado está servido, que nadie se marche hambriento. Gozad todos del banquete de la fe, venid a sacar el tesoro del pozo de la misericordia. Que nadie deplore su pobreza, porque el reino ha llegado para todos; que nadie se lamente de sus faltas, porque el perdón ha brotado del sepulcro; que nadie tema la muerte, porque la muerte del Señor nos ha librado de ella. Ha destruido la muerte aquel al que la muerte había apresado; ha despojado al infierno aquel que ha descendido a los infiernos.
Ya Isaías lo había predicho diciendo: El infierno se consternó al encontrarte. El infierno se ha llenado de amargura, porque ha sido abatido; humillado, porque ha sido condenado a muerte; hundido, porque ha sido aniquilado. Quiso arrebatar un cuerpo y se encontró delante de Dios; arrebató lo que era terrestre, y se encontró con el cielo; tomó lo que era visible, y cayó a causa del Invisible. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? ¡Cristo ha resucitado y tú has sido derribada! ¡Cristo ha resucitado y los demonios han caído! ¡Cristo ha resucitado y los ángeles se gozan!
El descenso del Señor al abismo
Anónimo
Homilía antigua sobre el grande y santo Sábado
¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio porque el Rey duerme. La tierra temió sobrecogida, porque Dios se durmió en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo. Dios ha muerto en la carne y ha puesto en conmoción al abismo.
Va a buscar a nuestro primer padre como si fuera la oveja perdida. Quiere absolutamente visitar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte. Él, que es al mismo tiempo Dios e Hijo de Dios, va a librar de su prisión y de sus dolores a Adán y a Eva.
El Señor, teniendo en sus manos las armas vencedoras de la cruz, se acerca a ellos. Al verlo nuestro primer padre Adán, asombrado por tan gran acontecimiento, exclama y dice a todos: «Mi Señor esté con todos». Y Cristo, respondiendo, dice a Adán: «Y con tu espíritu». Y tomándolo por la mano le añade: Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.
Yo soy tu Dios, que por ti y por todos los que han de nacer de ti me he hecho tu hijo; y ahora te digo que tengo el poder de anunciar a los que están encadenados: «salid»; y a los que se encuentran en las tinieblas: «iluminaos»; y a los que dormís: «levantaos».
A ti te mando: despierta tú que duermes, pues no te creé para que permanezcas cautivo en el abismo; levántate de entre los muertos, pues yo soy la vida de los muertos. Levántate, obra de mis manos; levántate, imagen mía, creado a mi semejanza. Levántate, salgamos de aquí, porque tú en mí, y yo en ti, formamos una sola e indivisible persona.
Por ti yo, tu Dios, me he hecho tu hijo; por ti yo, tu Señor, he revestido tu condición servil; por ti yo, que estoy sobre los cielos, he venido a la tierra y he bajado al abismo; por ti me he hecho hombre, semejante a un inválido que tiene su cama entre los muertos; por ti, que fuiste expulsado del huerto, he sido entregado a los judíos en el huerto, y en el huerto he sido crucificado.
Contempla los salivazos de mi cara, que he soportado para devolverte tu primer aliento de vida; contempla los golpes de mis mejillas, que he soportado para reformar, de acuerdo con mi imagen, tu imagen deformada; contempla los azotes en mis espaldas, que he aceptado para aliviarte del peso de los pecados, que habían sido cargados sobre tu espalda; contempla los clavos que me han sujetado fuertemente al madero, pues los he aceptado por ti, que maliciosamente extendiste una mano al árbol prohibido.
Dormí en la cruz, y la lanza atravesó mi costado, por ti, que en el paraíso dormiste, y de tu costado diste origen a Eva. Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te saca del sueño del abismo. Mi lanza eliminó aquella espada que te amenazaba en el paraíso.
Levántate, salgamos de aquí. El enemigo te sacó del paraíso; yo te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celeste. Te prohibí que comieras del árbol de la vida, que no era sino imagen del verdadero árbol; yo soy el verdadero árbol, yo, que soy la vida y que estoy unido a ti. Coloqué un querubín que fielmente te vigilara; ahora te concedo que el querubín, reconociendo tu dignidad, te sirva.
El trono de los querubines está preparado, los portadores atentos y preparados, el tálamo construido, los alimentos prestos, se han embellecido los eternos tabernáculos y moradas, han sido abiertos los tesoros de todos los bienes, y el reino de los cielos está preparado desde toda la eternidad.
El valor de la sangre de Cristo
San Juan Crisóstomo | Catequesis 3,13-19
¿Quieres saber el valor de la sangre de Cristo? Remontémonos a las figuras que la profetizaron y recorramos las antiguas Escrituras.
Inmolad, dice Moisés, un cordero de un año; tomad su sangre y rociad las dos jambas y el dintel de la casa. ¿Qué dices, Moisés? La sangre de un cordero irracional ¿puede salvar a los hombres dotados de razón? «Sin duda, responde Moisés: no porque se trate de sangre, sino porque en esta sangre se contiene una profecía de la sangre del Señor».
Si hoy, pues, el enemigo, en lugar de ver las puertas rociadas con sangre simbólica, ve brillar en los labios de los fieles, puertas de los templos de Cristo, la sangre del verdadero Cordero, huirá todavía más lejos.
¿Deseas descubrir aún por otro medio el valor de esta sangre? Mira de dónde brotó y cuál sea su fuente. Empezó a brotar de la misma cruz y su fuente fue el costado del Señor. Pues muerto ya el Señor, dice el Evangelio, uno de los soldados se acercó con la lanza, y le traspasó el costado, y al punto salió agua y sangre: agua, como símbolo del bautismo; sangre, como figura de la eucaristía. El soldado le traspasó el costado, abrió una brecha en el muro del templo santo, y yo encuentro el tesoro escondido y me alegro con la riqueza hallada. Esto fue lo que ocurrió con el cordero: los judíos sacrificaron el cordero y yo recibo el fruto del sacrificio.
Del costado salió sangre y agua. No quiero, amado oyente, que pases con indiferencia ante tan gran misterio, pues me falta explicarte aún otra interpretación mística. He dicho que esta agua y esta sangre eran símbolos del bautismo y de la eucaristía. Pues bien, con estos dos sacramentos se edifica la Iglesia: con el agua de la regeneración y con la renovación del Espíritu Santo, es decir, con el bautismo y la eucaristía, que han brotado ambos del costado. Del costado de Jesús se formó, pues, la Iglesia, como del costado de Adán fue formada Eva.
Por esta misma razón afirma San Pablo: Somos miembros de su cuerpo, formados de sus huesos, aludiendo con ello al costado de Cristo. Pues de la misma forma que Dios hizo a la mujer del costado de Adán, de igual manera Jesucristo nos dio el agua y la sangre salida de su costado, para edificar la Iglesia. Y de la misma manera que entonces Dios tomó la costilla de Adán, mientras éste dormía, así también nos dio el agua y la sangre después que Cristo hubo muerto.
Mirad de qué manera Cristo se ha unido a su esposa, considerad con qué alimento la nutre. Con un mismo alimento hemos nacido y nos alimentamos. De la misma manera que la mujer se siente impulsada por su misma naturaleza a alimentar con su propia sangre y con su leche a aquél a quien ha dado a luz, así también Cristo alimenta siempre con sangre a aquellos a quienes él mismo ha hecho renacer.
El Cordero inmaculado nos sacó de la muerte a la vida
Homilía sobre la Pascua | Melitón de Sardes (obispo Siglo II)
Muchas predicciones nos dejaron los profetas en torno al misterio de Pascua, que es Cristo: a él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Él vino desde los cielos a la tierra a causa de los sufrimientos humanos; se revistió de la naturaleza humana en el vientre virginal y apareció como hombre; hizo suyas las pasiones y sufrimientos humanos con su cuerpo, sujeto al dolor, y destruyó las pasiones de la carne, de modo que quien por su espíritu no podía morir acabó con la muerte homicida.
Se vio arrastrado como un cordero y degollado como una oveja, y así nos redimió de idolatrar al mundo, como en otro tiempo libró a los israelitas de Egipto, y nos salvó de la esclavitud diabólica, como en otro tiempo a Israel de la mano del Faraón; y marcó nuestras almas con su propio espíritu y los miembros de nuestro cuerpo con su sangre.
Éste es el que cubrió a la muerte de confusión y dejó sumido al demonio en el llanto, como Moisés al Faraón. Éste es el que derrotó a la iniquidad y a la injusticia, como Moisés castigó a Egipto con la esterilidad.
Éste es el que nos sacó de la servidumbre a la libertad, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida, de la tiranía al recinto eterno, e hizo de nosotros un sacerdocio nuevo y un pueblo elegido y eterno. Él es la Pascua de nuestra salvación.
Éste es el que tuvo que sufrir mucho y en muchas ocasiones: el mismo que fue asesinado en Abel y atado de pies y manos en Isaac, el mismo que peregrinó en Jacob y fue vendido en José, expuesto en Moisés y sacrificado en el cordero, perseguido en David y deshonrado en los profetas.
Éste es el que se encarnó en la Virgen, colgado del madero, sepultado en tierra, y el que, resucitado de entre los muertos, subió al cielo.
Éste es el cordero que enmudecía y que fue inmolado; el mismo que nació de María, la hermosa cordera; el mismo que fue arrebatado del rebaño, empujado a la muerte, inmolado al atardecer y sepultado por la noche; aquel que no fue quebrantado en el leño, ni se descompuso en la tierra; el mismo que resucitó de entre los muertos e hizo que el hombre surgiera desde lo más hondo del sepulcro.
La plenitud del amor
San Agustín. Tratados sobre el evangelio de San Juan 84,1-2
El Señor, hermanos muy amados, quiso dejar bien claro en qué consiste aquella plenitud del amor con que debemos amarnos mutuamente, cuando dijo: Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Consecuencia de ello es lo que nos dice el mismo evangelista Juan en su carta: Cristo dio su vida por nosotros; también nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos, amándonos mutuamente como él nos amó, que dio su vida por nosotros.
Es la misma idea que encontramos en el libro de los Proverbios: Sentado a la mesa de un señor, mira bien qué te ponen delante, y pon la mano en ello pensando que luego tendrás que preparar tú algo semejante. Esta mesa de tal señor no es otra que aquella de la cual tomamos el cuerpo y la sangre de aquel que dio su vida por nosotros. Sentarse a ella significa acercarse a la misma con humildad. Mirar bien lo que nos ponen delante equivale a tomar conciencia de la grandeza de este don. Y poner la mano en ello, pensando que luego tendremos que preparar algo semejante, significa lo que ya he dicho antes: que así como Cristo dio su vida por nosotros, también nosotros debemos dar la vida por los hermanos. Como dice el apóstol Pedro: Cristo padeció por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. Esto significa preparar algo semejante. Esto es lo que hicieron los mártires, llevados por un amor ardiente; si no queremos celebrar en vano su recuerdo, y si nos acercamos a la mesa del Señor para participar del banquete en que ellos se saciaron, es necesario que, tal como ellos hicieron, preparemos luego nosotros algo semejante.
Por esto, al reunirnos junto a la mesa del Señor, no los recordamos del mismo modo que a los demás que descansan en paz, para rogar por ellos, sino más bien para que ellos rueguen por nosotros, a fin de que sigamos su ejemplo, ya que ellos pusieron en práctica aquel amor del que dice el Señor que no hay otro más grande. Ellos mostraron a sus hermanos la manera como hay que prepara algo semejante a lo que también ellos habían tomado de la mesa del Señor.
Lo que hemos dicho no hay que entenderlo como si nosotros pudiéramos igualarnos al Señor, aun en el caso de que lleguemos por él hasta el testimonio de nuestra sangre. Él era libre para dar su vida y libre para volverla a tomar, nosotros no vivimos todo el tiempo que queremos y morimos aunque no queramos; él, en el momento de morir, mató en sí mismo a la muerte, nosotros somos librados de la muerte por su muerte; su carne no experimentó la corrupción, la nuestra ha de pasar por la corrupción, hasta que al final de este mundo seamos revestido por él de incorruptibilidad; él no necesitó de nosotros para salvarnos, nosotros sin él nada podemos hacer; él, a nosotros, sus sarmientos, se nos dio como vid, nosotros, separados de él, no podemos tener vida.
Finalmente, aunque los hermanos mueran por sus hermanos, ningún mártir derrama su sangre para el perdón de los pecados de sus hermanos, como hizo él por nosotros, ya que en esto no nos dio un ejemplo que imitar, sino un motivo para congratularnos. Los mártires, al derramar su sangre por sus hermanos, no hicieron sino mostrar lo que habían tomado de la mesa del Señor. Amémonos, pues, los unos a los otros, como Cristo nos amó y se entregó por nosotros.
Él los amó hasta el final
Santo Tomás Moro, Tratado sobre la pasión.
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús, habiendo amado los suyos, los amó hasta el final. Estas palabras son inmediatamente seguidas por la narración de la amarga pasión de Cristo, empezando con la humilde ceremonia del lavatorio de pies de Jesús a sus discípulos y luego dando a conocer su traidor. Le siguen la enseñanza de Jesús, su oración, su arresto, su juicio, su flagelación, su crucifixión y toda la dolorosa pasión.
Por esta razón san Juan nos deja las palabras previamente citadas, para hacernos comprender que Cristo ha llevado a cabo todos sus actos por amor. Jesús demostró muy bien este gran amor a sus discípulos durante la última Cena, afirmando que amándose los unos a los otros seguirían su ejemplo. Pues a aquellos que amaba, los amó hasta el final, y deseaba que ellos hicieran lo mismo. Él no fue inconstante, como tanta gente que ama de manera pasajera, que abandona todo en la primera derrota y pasa de ser amigo a enemigo, como Judas el traidor. Jesús lo preservó en el amor hasta el final, hasta que, y precisamente por amor, llegó a este doloroso extremo. Y no solo obraba para aquellos que ya eran sus amigos, sino para sus enemigos, con el fin de hacerlos sus amigos.
Tratado sobre la pasión. Santo Tomás Moro
Hombre de estado inglés, canciller del rey Enrique VIII,
que lo mandó decapitar por no prestar el juramento antipapista
frente al surgimiento de la Iglesia anglicana y por oponerse
al divorcio con la reina Catalina de Aragón (1478-1535)
Sermón Güelferbitano 3
San Agustín, Sermón Güelferbitano 3
La pasión de nuestro Señor y Salvador Jesucristo es una prenda de gloria y una enseñanza de paciencia. Pues, ¿qué dejará de esperar de la gracia de Dios el corazón de los fieles, si por ellos, el Hijo único de Dios, coeterno con el Padre, no se contentó con nacer como un hombre entre los hombres, sino que quiso incluso morir por mano de aquellos hombres que él mismo había creado?
Grande es lo que el Señor nos promete para el futuro, pero es mucho mayor aún aquello que celebramos recordando lo que ya ha hecho por nosotros. ¿Dónde estaban o quiénes eran, aquellos impíos por los que murió Cristo? ¿Quién dudará que a los santos pueda dejar de darles su vida, si él mismo entregó su muerte a los impíos? ¿Por qué vacila todavía la fragilidad humana en creer que un día será realidad el que los hombres vivan con Dios?
Lo que ya se ha realizado es mucho más increíble: Dios ha muerto por los hombres.
Porque ¿quién es Cristo, sino aquel de quien dice la Escritura: En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios? Esta Palabra de Dios se hizo carne y acampó entre nosotros. El no poseería lo que era necesario para morir por nosotros si no hubiera tomado de nosotros una carne mortal. Así el inmortal pudo morir, así pudo dar su vida a los mortales: y hará que más tarde tengan parte en su vida aquellos de cuya condición él primero se había hecho participe. Pues nosotros, por nuestra naturaleza, no teníamos posibilidad de vivir, ni él por la suya, posibilidad de morir. Él hizo, pues, con nosotros este admirable intercambio, tomó de nuestra naturaleza la condición mortal y nos dio de la suya la posibilidad de vivir.
Por tanto, no sólo no debemos avergonzarnos de la muerte de nuestro Dios y Señor, sino que hemos de confiar en ella con todas nuestras fuerzas y gloriarnos en ella por encima de todo: pues al tomar de nosotros la muerte, que en nosotros encontró, nos prometió con toda su fidelidad que nos daría en si mismo la vida que nosotros no podemos llegar a poseer por nosotros mismos. Y si aquel que no tiene pecado nos amó hasta tal punto que por nosotros, pecadores, sufrió lo que habían merecido nuestros pecados, ¿cómo después de habernos justificado, dejará de darnos lo que es justo? Él, que promete con verdad, ¿cómo no va a darnos los premios de los santos, si soportó, sin cometer iniquidad, el castigo que los inicuos le infligieron?
Confesemos, por tanto, intrépidamente, hermanos, y declaremos bien a las claras que Cristo fue crucificado por nosotros: y hagámoslo no con miedo, sino con júbilo, no con vergüenza, sino con orgullo.
El apóstol Pablo, que cayó en la cuenta de este misterio, lo proclamó como un título de gloria. Y siendo así que podía recordar muchos aspectos grandiosos y divinos de Cristo, no dijo que se gloriaba de estas maravillas -que hubiese creado el mundo, cuando, como Dios que era, se hallaba junto al Padre, y que hubiese imperado sobre el mundo, cuando era hombre como nosotros-, sino que dijo: Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.
Sobre el domingo de Ramos
San Andrés de Creta, Sermón 9
Digamos, digamos también nosotros a Cristo: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor, el rey de Israel! Tendamos ante él, a guisa de palmas, nuestra alabanza por la victoria suprema de la cruz. Aclamémoslo, pero no con ramos de olivos, sino tributándonos mutuamente el honor de nuestra ayuda material. Alfombrémosle el camino, pero no con mantos, sino con los deseos de nuestro corazón, a fin de que, caminando sobre nosotros, penetre todo él en nuestro interior y haga que toda nuestra persona sea para el, y él, a su vez, para nosotros. Digamos a Sión aquella aclamación del profeta: Confía, hija de Sión, no temas: Mira a tu rey que viene a ti; modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica.
El que viene es el mismo que está en todo lugar, llenándolo todo con su presencia, y viene para realizar en ti la salvación de todos. El que viene es aquel que no ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan, para sacarlos del error de sus pecados. No temas . Teniendo a Dios en medio, no vacilarás.
Recibe con las manos en alto al que con sus manos ha diseñado tus murallas. Recibe al que, para asumirnos a nosotros en su persona, se ha hecho en todo semejante a nosotros, menos en el pecado. Alégrate, Sión, la ciudad madre, no temas: Festeja tu fiesta. Glorifica por su misericordia al que en ti viene a nosotros. Y tú también, hija de Jerusalén, desborda de alegría, canta y brinca de gozo. Levántate, brilla (así aclamamos con el son de aquella sagrada trompeta que es Isaías), que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!
¿De qué luz se trata? De aquella que, viniendo a este mundo, alumbra a todo hombre. Aquella luz, quiero decir, eterna, aquella luz intemporal y manifestada en el tiempo, aquella luz invisible por naturaleza y hecha visible en la carne, aquella luz que envolvió a los pastores y guió a los Magos en su camino. Aquella luz que estaba en el mundo desde el principio, por la cual empezó a existir el mundo, y que el mundo no la reconoció. Aquella luz que vino a los suyos, y los suyos no la recibieron.
¿Y a qué gloria del Señor se refiere? Ciertamente a la paz, en la que fue glorificado Cristo, resplandor de la gloria del Padre, tal como afirma él mismo, en la inminencia de su pasión: Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él, y pronto lo glorificará. Con estas palabras identifica su gloria con su elevación en la cruz. La cruz de Cristo es, en efecto, su gloria y su exaltación, ya que dice: Cuando yo sea elevado, atraeré a todos hacia mí.
Toda actividad humana se purifique en el misterio pascual
Vaticano II (Gaudium et Spes 37-38)
La Sagrada Escritura, con la que está de acuerdo la experiencia de los siglos, enseña a la familia humana que el progreso, que es un gran bien para el hombre, también encierra un grave peligro, pues una vez turbada la jerarquía de valores y mezclado el bien con el mal, no le queda al hombre o al grupo más que el interés propio, excluido el de los demás. De esta forma el mundo deja de ser el espacio de una auténtica fraternidad, mientras el creciente poder del hombre, por otro lado, amenaza con destruir al mismo género humano.
Si alguno, por consiguiente, se pregunta de qué manera es posible superar esa mísera condición, sepa que para el cristiano hay una respuesta: que toda la actividad del hombre, que por la soberbia y el desordenado amor propio se ve cada día en peligro, debe purificarse y ser llevada a su perfección en la cruz y resurrección de Cristo.
Pues el hombre, redimido por Cristo y hecho nueva creatura en el Espíritu Santo, puede y debe amar las cosas creadas por Dios. De Dios las recibe, y como procedentes continuamente de la mano de Dios, las mira y la respeta.
Por ellas da gracias a su Benefactor, y al disfrutar de todo lo creado y hacer uso de ello con pobreza y libertad de espíritu, llega a posesionarse verdaderamente del mundo, como quien no tiene nada, pero todo lo posee. Todo es vuestro, vosotros de Cristo, y Cristo de Dios.
La Palabra de Dios, por quien todo ha sido hecho, que se hizo a sí mismo carne y acampó en la tierra de los hombres, penetró como hombre perfecto en la historia del mundo tomándola en sí y recapitulándola. Él es quien nos revela que Dios es amor, y al mismo tiempo nos enseña que la ley fundamental de la perfección humana y, por consiguiente, de la transformación del mundo es el mandamiento nuevo del amor.
En consecuencia, a quienes creen en el amor divino les asegura que el camino del amor está abierto para el hombre y que el esfuerzo por restaurar una fraternidad universal no es una utopía. Les advierte, al mismo tiempo, que esta caridad no se ha de poner solamente en la realización de grandes cosas, sino, y principalmente, en las circunstancias ordinarias de la vida.
Al admitir la muerte por todos nosotros, pecadores, nos enseña con su ejemplo que hemos de llevar también la cruz, que la carne y el mundo cargan sobre los hombros de quienes buscan la paz y la justicia.
Constituido Señor por su resurrección, Cristo, a quien se ha dado todo poder en el cielo y en la tierra, obra ya en los corazones de los hombres por la virtud de su Espíritu, no sólo excitando en ellos la sed de la vida futura, sino animando, purificando y robusteciendo asimismo los generosos deseos con que la familia humana se esfuerza por humanizar su propia vida y someter toda la tierra a este fin.
Pero son diversos los dones del Espíritu: mientras a unos los llama para que den abierto testimonio con su deseo de la patria celeste y lo conserven vivo en la familia humana, a otros los llama para que se entreguen con un servicio terreno a los hombres, preparando así, con este ministerio, la materia del reino celeste.
A todos, sin embargo, los libera para que, abnegado el amor propio y empleado todo el esfuerzo terreno en la vida humana, dilaten su preocupación hacia los tiempos futuros, cuando la humanidad entera llegará a ser una oblación acepta a Dios.
Preparamos la fiesta del Señor no sólo con palabras, sino también con obras
San Atanasio, Carta 14, 1-2
El Verbo, que por nosotros quiso serlo todo, nuestro Señor Jesucristo, está cerca de nosotros, ya que él prometió que estaría continuamente a nuestro lado. Dijo en efecto: Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Y, del mismo modo que es a la vez pastor, sumo sacerdote, camino y puerta, ya que por nosotros quiso serlo todo, así también se nos ha revelado como fiesta y solemnidad, según aquellas palabras del Apóstol: Ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo; puesto que su persona era la Pascua esperada. Desde esta perspectiva, cobran un nuevo sentido aquellas palabras del salmista: Tú eres mi júbilo: me libras de los males que me rodean. En esto consiste el verdadero júbilo pascual, la genuina celebración de la gran solemnidad, en vernos libres de nuestros males; para llegar a ello, tenemos que esforzarnos en reformar nuestra conducta y en meditar asiduamente, en la quietud del temor de Dios.
Así también los santos, mientras vivían en este mundo, estaban siempre alegres, como siempre estuvieran celebrando fiesta; uno de ellos, el bienaventurado salmista, se levantaba de noche, no una sola vez, sino siete, para hacerse propicio a Dios con sus plegarias. Otro, el insigne Moisés, expresaba en himnos y cantos de alabanza su alegría por la victoria obtenida sobre el Faraón y los demás que habían oprimido a los hebreos con duros trabajos. Otros, finalmente, vivían entregados con alegría al culto divino, como el gran Samuel y el bienaventurado Elías; ellos, gracias a sus piadosas costumbres, alcanzaron la libertad, y ahora celebran en el cielo la fiesta eterna, se alegran de su antigua peregrinación, realizada en medio de tinieblas, y contemplan ya la verdad que antes sólo habían vislumbrado.
Nosotros, que nos preparamos para la gran solemnidad, ¿qué camino hemos de seguir? Y, al acercarnos a aquella fiesta, ¿a quién hemos de tomar por guía? No a otro, amados hermanos, y en esto estaremos de acuerdo vosotros y yo, no a otro, fuera de nuestro Señor Jesucristo, el cual dice: Yo soy el camino. Él es, como dice san Juan, el que quita el pecado del mundo; él es quien purifica nuestras almas, como dice en cierto lugar el profeta Jeremías: Paraos en los caminos a mirar, preguntad: «¿Cuál es el buen camino?»; seguidlo, y hallaréis reposo para vuestras almas.
En otro tiempo, la sangre de los machos cabríos y la ceniza de la ternera esparcida sobre los impuros podía sólo santificar con miras a una pureza legal externa; mas ahora, por la gracia del Verbo de Dios, obtenemos una limpieza total; y así en seguida formaremos parte de su escolta y podremos ya desde ahora como situados en el vestíbulo de la Jerusalén celestial, preludiar aquella fiesta eterna; como los santos apóstoles, que siguieron al Salvador como a su guía, y por esto eran, y continúan siendo hoy, los maestros de este favor divino; ellos decían, en efecto: Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. También nosotros nos esforzamos por seguir al Señor no sólo con palabras, sino también con obras.
Reflexión sobre San Juan
San Agustín, Sobre San Juan tratado 34,8-9
El Señor dijo concisamente: Yo soy la luz del mundo: el que me sigue no camina en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Con estas palabras nos mandó una cosa y nos prometió otra; hagamos lo que nos mandó, y de esta forma no desearemos de manera insolente lo que nos prometió; no sea que tenga que decirnos el día del juicio: «¿Hiciste lo que mandé, para poder pedirme ahora lo que prometí?» «¿Qué es lo que mandaste, Señor, Dios nuestro?» Te dice: «Que me siguieras». Pediste un consejo de vida. ¿De qué vida, sino de aquella de la que se dijo: En ti está la fuente de la vida.
Conque hagámoslo ahora, sigamos al Señor; desatemos los pies de aquellas ataduras que nos impiden seguirle. ¿Pero quién será capaz de desatar tales nudos si no nos ayuda aquel mismo de quien se dijo: Rompiste mis cadenas?El mismo que en otro salmo afirma: El Señor liberta a los cautivos, el Señor endereza a los que ya se doblan.
¿Y en pos de qué corren los liberados y los puestos en pie, sino de la luz de la que han oído: Yo soy la luz del mundo: el que me sigue no camina en la tinieblas? Porque el Señor abre los ojos al ciego. Quedaremos iluminados, hermanos, si tenemos el colirio de la fe. Porque fue necesaria su saliva mezclada con tierra para ungir al ciego de nacimiento. También nosotros hemos nacido ciegos por causa de Adán, y necesitamos que él nos ilumine. Mezcló saliva con tierra, por ello está escrito: La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. Mezcló saliva con tierra, pues estaba también anunciado: la verdad brota de la tierra; y él mismo había dicho: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida
Disfrutaremos de la verdad cuando lleguemos a verle cara a cara, pues también esto se nos promete. Porque ¿quién se atrevería a esperar lo que Dios no se hubiese dignado dar o prometer? Le veremos cara a cara. El Apóstol dice: Ahora vemos confusamente en un espejo; entonces veremos cara a cara. Y Juan añade: Queridos, ahora somos hijos de Dios y aun no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es. Ésta es una gran promesa.
Si lo amas, síguelo. «Yo lo amo ?me dices?, pero ¿por qué camino lo sigo?» Si el Señor tu Dios te hubiese dicho: «Yo soy la verdad y la vida», y tú deseases la verdad, y anhelaras la vida, sin duda que hubieras preguntado por el camino para alcanzarlas, y te estaría diciendo: «Gran cosa, la verdad, gran cosa, la vida; ojalá mi alma tuviera la posibilidad de llegar hasta ellas».
¿Quieres saber por dónde? Óyele decir primero: Yo soy el camino. Antes de decirte a donde, te dijo por donde: Yo soy el camino. ¿Y a dónde lleva el camino? A la verdad y a la vida. Primero dijo por donde tenias que ir, y luego a donde. Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Permaneciendo junto al Padre, es la verdad y la vida; al vestirse de carne, se hace camino.
No se te dice: «Trabaja por dar con el camino, para que llegues a la verdad y a la vida»; no se te ordena esto. Perezoso ¡levántate! El mismo camino viene hacia ti y te despierta del sueño en que estabas dormido; si es que en verdad estás despierto: levántate, pues, y anda.
A lo mejor estás intentando andar y no puedes porque te duelen los pies. ¿Y por qué te duelen los pies? ¿Acaso porque anduvieron por caminos tortuosos bajo los impulsos de la avaricia? Pero piensa que la Palabra de Dios sanó también a los cojos. «Tengo los pies sanos» dices , «pero no puedo ver el camino». Piensa que también iluminó a los ciegos.
Sermón sobre el amor a los pobres
del Sermón 14, 23-25 de San Gregorio Nacianceno
Reconoce de dónde te viene que existas, que tengas vida, inteligencia y sabiduría, y, lo que está por encima de todo, que conozcas a Dios, tengas la esperanza del reino de los cielos y aguardes la contemplación de la gloria (ahora, por cierto, de forma enigmática y como en un espejo; pero después de manera más plena y pura); reconoce de dónde te viene que seas hijo de Dios, coheredero de Cristo, y, dicho con toda audacia, que seas, incluso, convertido en Dios. ¿De dónde y por obra de quién te vienen todas estas cosas?
Limitándonos a hallar en las realidades pequeñas que se hallan al alcance de nuestros ojos, ¿de quién procede el don y el beneficio de que puedas contemplar la belleza del cielo, el curso del sol, la órbita de la luna, la muchedumbre de los astros, y la armonía y el orden que resuenan en todas estas cosas, como en una lira?
¿Quién te ha dado las lluvias, la agricultura, los alimento, las artes, las casas, las leyes, la sociedad, una vida grata y a nivel humano, así como la amistad y familiaridad con aquellos con quienes te une un verdadero parentesco?
¿A qué se debe que puedas disponer de los animales, en parte como animales domésticos y en parte como alimentos?
¿Quién te ha constituido dueño y señor de todas las cosas que hay en la tierra?
¿Quién ha otorgado al hombre, para no hablar de cada cosa una por una, todo aquello que le hace estar por encima de los demás seres vivientes?
¿Acaso no ha sido Dios, el mismo que ahora te solicita tu benignidad, por encima de todas las cosas y en lugar de todas ellas? ¿No habríamos de avergonzarnos, nosotros, que tantos y tan grandes beneficios hemos recibido o esperamos de él, si ni siquiera le pagáramos con esto, con nuestra benignidad? Y si él, que es Dios y Señor, no tiene a menos llamarse nuestro Padre, ¿vamos nosotros a renegar de nuestros hermanos?
No consintamos, hermanos y amigos míos, en administrar de mala manera lo que por don divino se nos ha concedido, para que no tengamos que escuchar aquellas palabras: Avergonzaos, vosotros, que retenéis lo ajeno, proponeos la imitación de la equidad de Dios, y nadie será pobre.
No nos dediquemos a acumular y guardar dinero, mientras otros tienen que luchar en medio de la pobreza, para no merecer el ataque acerbo y amenazador de las palabras del profeta Amós: Escuchad, los que decís: «¿Cuándo pasará la luna nueva para vender el trigo, y el sábado para ofrecer el grano?»
Imitemos aquella suprema y primordial ley de Dios, que hace llover sobre los justos y los pecadores, y hace salir igualmente el sol para todos; al mismo tiempo que pone la tierra, las fuentes, los ríos y los bosques a disposición de todos sus habitantes; el aire se lo entrega a las aves, y las aguas del mar a los peces, y a todos ellos los subsidios para su existencia con toda abundancia, sin que haya autoridad de nadie que los detenga, ni ley que los circunscriba, ni fronteras que los separen; se lo entregó todo en común, con amplitud y abundancia, y sin deficiencia alguna. Así enaltece la uniforme dignidad de la naturaleza con la igualdad de sus dones, y pone de manifiesto las riquezas de su benignidad.
Ejercicios Espirituales en casa
Nos ofrecen una tanda de Ejercicios Espirituales (charlas) que se pueden seguir fácilmente para todo el que quiera participar. Es una oportunidad estupenda, el Señor te prepara unas meditaciones (además con un buen predicador) con las que puedes crecer en estos días…date esa oportunidad!!!
Lo harán por el canal de YouTube de la parroquia Santo Cristo de la Misericordia de Boadilla del Monte. Predicará el P. Javier Siegrist.
El horario de las charlas para los que queráis uniros.
Ejercicios espirituales en casa, confinamiento coronavirus
16 – 22 de marzo de 2020
10’00 Puntos de meditación y oración personal.
12’00 Puntos de meditación y oración personal.
13’30 Plática.
16’30 Puntos de meditación y oración personal.
18’30 Puntos de meditación y oración personal.
20’30 Misa.
A través del canal de Youtube de su parroquia: Consejo Pastoral – Santo Cristo de la Misericordia
Pensar y Vivir la Eucaristía como Miembros de la Iglesia
por D. José Rico Pavés, obispo auxiliar de Getafe
Os hago llegar una reflexión magnífica que ha escrito el obispo auxiliar de Getafe, D. José Rico Pavés.
Afronta la dificultad del momento que vivimos y la polémica de parroquias abiertas o cerradas….
Va mucho más allá, más al fondo de lo que es la vida de la Iglesia, la Eucaristía, la comunión espiritual, el valor del sacerdocio…
Vuelvo a repetir, una magnífica reflexión para estos días y para siempre.
Pensar y Vivir la Eucaristía como Miembros de la Iglesia (PDF)
Oración, ayuno y misericordia
del Sermon 43 de San Pedro Crisólogo
Tres son, hermanos, los resortes que hacen que la fe se mantenga firme, la devoción sea constante, y la virtud permanente. Estos tres resortes son: la oración, el ayuno y la misericordia. Porque la oración llama, el ayuno intercede, y la misericordia recibe. Oración, misericordia y ayuno constituyen una sola y única cosa, y se vitalizan recíprocamente.
El ayuno, en efecto es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del ayuno. Que nadie trate de dividirlas, pues no pueden separarse. Quien posee uno solo de los tres, si al mismo tiempo no posee los otros, no posee ninguno. Por tanto, quien ora, que ayune; quien ayuna, que se compadezca: que preste oídos a quien le suplica aquel que, al suplicar, desea que se le oiga, pues Dios presta oído, a quien no cierra los suyos al que le suplica.
Que el que ayuna, entienda bien lo que es el ayuno; que preste atención al hambriento quien quiere que Dios preste atención a su hambre; que se compadezca quien espera misericordia; que tenga piedad quien la busca; que responda, quien desea que le responda a el. Es un indigno suplicante quien pide para sí lo que niega a otro. Díctate a ti mismo la norma de la misericordia de acuerdo con la manera, la cantidad y la rapidez con que quieres que tengan misericordia contigo. Compadécete tan pronto como quisieras que los otros se compadezcan de ti.
En consecuencia, la oración, la misericordia, y el ayuno, deben ser como un único intercesor en favor nuestro ante Dios, una única llamada, una única y triple petición. Recobremos, pues, con ayunos lo que perdimos por el desprecio: inmolemos nuestras almas con ayunos, porque no hay nada mejor que podamos ofrecer a Dios, de acuerdo con lo que el profeta dice: Mi sacrificio es un espíritu quebrantado, un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias. Hombre, ofrece a Dios tu alma, y ofrece la oblación del ayuno, para que sea una hostia pura, un sacrificio santo, una víctima viviente, provechosa para ti y acepta a Dios. Quien no dé esto a Dios, no tendrá excusa, porque no hay nadie que no se posea a sí mismo para darse.
Pero para que estas ofrendas sean aceptadas, tiene que venir después la misericordia; el ayuno no germina si la misericordia no lo riega, el ayuno se torna infructuoso si la misericordia no lo fecundiza; lo que es la lluvia para la tierra, eso mismo es la misericordia para el ayuno. Por más que perfeccione su corazón, purifique su carne, desarraigue los vicios, y siembre las virtudes, como no produzca caudales de misericordia, el que ayuna no cosechará fruto alguno. Tú que ayunas, piensa que tu campo queda en ayunas si ayuna tu misericordia; lo que siembras en misericordia, eso mismo rebosará en tu granero. Para que no pierdas a fuerza de guardar, recoge a fuerza de repartir; al dar al pobre te haces limosna a ti mismo: porque lo que dejes de dar a otro, no lo tendrás tampoco para ti.